Animal de costumbres

Dicen que los hombres somos animales de costumbres. Como soy hombre me considero como tal y para ello pongo un ejemplo. Todos los fines de semana que no surge algo extraordinario desayuno en un bar de barrio que se llama Casa Molina. Ni Berta ni yo tenemos que decirle al camarero lo que queremos, con los buenos días respectivos nos ponen dos zumos de naranja, dos café con leche y una tostada integral con jamón y media integral con jamón y tomate natural. Nada más levantarme y ponerme en la barra del bar el camarero me pone un segundo café y me cobra 10 euros.

Después de un agradable desayuno donde charlo, me río, sueño y reflexiono viendo al barrió del Tiro de Línea pasar, me dirijo al quiosco de prensa para comprar los periódicos; el sábado el Diario de Sevilla, El Correo de Andalucía y El Mundo, con sus respectivos suplementos y el domingo El País, El Mundo y Diario de Sevilla, pues el ABC lo tengo en formato digital.

Con los periódicos en la mano, me acerco al puesto de la Once y le pido que me mire el cupón del domingo pasado y le pongo los dos euros para que me de otro, sabiendo a ciencia cierta que no me ha tocado nada. Una pequeña broma con quien en teoría me debería poner la suerte en las manos y a casa, a leer tranquilamente la información que he comprado.

Esto que acabo de contar son las costumbres pero a veces ocurren cosas inesperadas. El sábado pasado después de correr la nocturna, el cansancio y las agujetas hicieron mella en mi descanso por lo que me desperté más temprano de lo habitual y eso hizo que desayunara antes.

Los clientes no eran los mismos y los personajes que pasaban por la calles eran también diferentes. La luz, esa maravillosa luz de otoño al amanecer, también era distinta. Durante unos segundos vi una sombra en la pared de enfrente que iluminaba, como en forma de corazón, unas ramas de naranjo sobre un fondo blanco, esto me hizo levantarme y fotografiar con mi teléfono lo que mi imaginación creía ver.

Como buen animal de costumbres, me dejo seducir por la costumbres de asombrarme por las cosas bellas que observo.

P.D. Desde ahora en adelante quiero que mi blog sea más personal, haciendo lo contrario que opinan los «gurú» del marketing online. La información la derivaré a TCuento, un proyecto creado por Carlos Telmo, Ana Zapico y yo y las «pajas mentales», como dice mi amigo Francisco lo dejaré para mi blog de «como la vida misma».

No hay nada más bonito en este mundo que contar a los amigos las sensaciones que experimentamos de vez en cuando y eso es lo que pretendo hacer a partir de este momento con mi blog, escribir y mostrar fotografías de sensaciones desobedeciendo a los sabelotodos del mundo “Cloud” que con sus consejos nos quieren convencer que la realidad es virtual y no al revés.

Fotografiando la sombra /Eduardo Briones

Escaparates

Ayer,  cuando iba de bar en bar, me llamó la atención la estatua de mármol donde están inmortalizados dos enamorados besándose con pasión ante la atenta mirada de la Virgen de los Reyes. Cuando hice la fotografía y abrí el campo de visión del objetivo se me vino a la mente una expresión antigua;«¡ niña, vámonos a ver escaparates!» Desde que los grandes centros comerciales aparecieron y reunieron en un espacio único a multitud de tiendas, la expresión dejó de tener el uso que conocimos hace ya algún tiempo.

Ver escaparates antiguos es observar y catalizar la vida de una ciudad. En la calle Sierpes de Sevilla se encuentra una tienda antigua donde su gran escaparate barroco me recordó la expresión que escuchaba hace ya mucho tiempo cuando la vida no era mejor que la de ahora, sino diferente.

Baile flamenco con música oriental.

Pasear por una calle turísticas y encontrarte músicos callejeros que intentan sacar un dinero con su arte, es algo corriente. Desde que escribo mi blog he publicado varias fotografías donde aparecen personajes habituales de esta avenida, desde el “Charro de Triana”, que por cierto se ha ido a cantar a Tenerife, hasta un grupo de chirigotas.

Ayer me sorprendió la pareja que muestro en la foto. La chica que baila, que por cierto lo hacía muy bien, era eclipsada por la sonriente mujer oriental que tocaba la guitarra, que por cierto lo hacía muy bien.

Catedral de Sevilla

Es un pecado, aunque no mortal, pasar por la avenida de la Constitución y ver la puerta de San Miguel abierta de par en par y no entrar.

Hoy es de esos días que por cinco minutos me he sentido turista en mi ciudad, incluso un guardia de seguridad así lo ha pensado pues se ha dirigido a mi indicándome en inglés (con la cara de trianero que tengo) que me tenía que marchar pues el templo se cerraba en unos minutos.

De las miles de veces que he accedido al templo gótico más grande del mundo, nunca me he ido sin descubrir un detalle que por la luz, los sentidos o el estado de ánimo no había visto anteriormente.

Los cinco minutos que me ha permitido el guardia de seguridad estar en la «montaña hueca» han sido suficientes para fotografíar lo que había visto otras veces pero de forma diferente.

P.D. Con el Giraldillo y el cielo de Sevilla, me pasa igual que con la Catedral, son mis debilidades.

Veterinario de guardia 

  Anoche, a la hora mágica de tomar unas cervezas, andando por una calle de mi barrio, me econtré con esta imagen. A la vista de cualquier transeúnte pude ver como las luces de una clínica veterinaria recién abierta  me dejaban observar la cara de preocupación del amo, la docibilidad de animal y la profesionalidad de la veterinaria. Yo, que no soy un amante de los animales en cautiverio me conmovió la escena y por eso lo comparto.