
¿Si la fe mueve montañas, cómo se puede ver? El desayuno lo tenían reservado en el hotel, allí, tras el primer sorbo a un café que era un espectáculo, pero de terror, decidieron desayunar en el primer bar a las afueras del pueblo. El camino seguía siendo maravilloso, árboles frondosos, magnolios, castaños, hortensias de todos los colores, rosas, campos de maíz, viñedos y un sonido acompasado de cantos de gallinas.
Al peregrino le conmovió en la etapa anterior, una niña de unos ocho años que cogida del brazo de su padre lo escuchaba atentamente mientras la madre, más adelante, volvía la cabeza de vez en cuando para que con una sonrisa se evidenciara lo orgullosa y feliz que estaba haciendo el camino en familia. El peregrino, que es difícil que no hable con alguien que haga gestos tiernos, les dio la enhorabuena y les dijo que le daba alegría y envidia por lo que estaban viviendo. La madre y el padre orgullosos contestaron sonriendo: “bueno, a veces, no es tan idílico”. En esta etapa, caminando y hablando de lo divino y lo humano con su amiga la economista, por un pueblecito donde había un parque infantil de los años 70 del siglo pasado, se encontraron al matrimonio con la niña. La situación era distinta, los padres iban de la mano, con la misma sonrisa de siempre, como si la tuvieran esculpida y la hija varios pasos más atrás con un semblante serio. “¿Qué te pasa guapa?”, le preguntó el peregrino a la niña, que fue bajando lentamente la cabeza hasta que esos maravillosos ojos azules fueran ocultándose. Entonces, la madre dijo: “Está rebotada, siempre por la mañana está así, no le gusta levantarse temprano”, “pero, no hay problema”, dijo el padre, “en un rato se le pasa”. Cuando llegaron a Santiago, estando comiendo en la calle Franco, la peregrina economista, que había presenciado la segunda escena, le dijo que acaba de pasar la pareja con la niña, El peregrino de un salto salió corriendo a su encuentro, los paró para decirles la alegría que le daba verlos. La niña lo miró con esos preciosos ojos azules y le regaló la mejor sonrisa del camino, a la cual el peregrino respondió: “prométeme que cuando seas mayor traerás a tus padres a hacer el Camino de Santiago” y claro, la niña con una inclinación verdadera de cuello se lo prometió.
Ese día de camino el peregrino no se encontró a nadie más con quien hablar, por lo que conversó largo tiempo consigo mismo, siendo algunas veces el soliloquio entretenido y otras no.
La llegada a Padrón << si, donde los pimientos, unos pican y otros no>> fue horrorosa, el peregrino se puso a caminar a pasos rápidos pues quería meditar. Su nuevo amigo el director comercial, no entendió el momento de soledad que buscaba el peregrino y por eso seguía a su lado dando grandes zancadas y comentando cosas que sólo el viento escuchaba.
Al ver que el grupo de mujeres se había atrasado bastante, decidieron esperarlas en un bar para tomarse el correspondiente bocadillo de lomo y una cerveza, pues el primer trago entraba como los ángeles; divinamente. Al cabo de diez minutos llegaron la doctora y la economista, cansadas y deseosas de tomar una cerveza. Una cerveza llevó a dos y dos a tres. Craso error. Todavía quedaban cinco kilómetros y el sol estaba pegando fuerte, con el inconveniente añadido que andarían por asfalto.
Fueron los cinco kilómetros más duros de todo el camino. Cansados y sin ganas de nada llegaron a Padrón sin ver Padrón, pues se quedaron a las afueras, justo al lado de la estación donde ni se intuía el pueblo. El peregrino decidió no comer, quería descansar, sus compañeros lo contrario. Al cabo de media hora, el peregrino decidió llegar al lugar donde sus compañeros estaban comiendo y probar el menú que en un bar próximo servían. No quedaba ya prácticamente nada de comer y al preguntarle a la camarera qué le podía ofrecer, esta, le respondió con un acento gallego cerrado y señalando el lateral de su abundante cuerpo. El peregrino supuso que eran costillas. Cuando le llevaron unos riquísimos filetes de lomo, al peregrino se le quitó el cansancio y le llegó la alegría en forma de guasa, imitando el gesto y el hablar de la camarera. La doctora, que le hacían mucha gracia las historias que contaba el peregrino, soltaba carcajadas, aunque se intentaba contener, pues justo detrás del imitador estaba la imitada. A partir de ese momento, la doctora le pedía al peregrino que imitara a la camarera para morirse de risa.
El peregrino, después de una gran siesta, decidió dar una vuelta por el pueblo y se encontró en lo más alto de Padrón con una Iglesia bastante bonita. Solo por contemplar las vistas, mereció la pena los muchos escalones que subió. Lo qué más le llamó la atención dentro de la Iglesia, fue ver a un crucificado con unos kilos de más, algo que después, cuando lo comentó en la cena con su hermandad, se dio cuenta que también había sido observado y comentado por la doctora. “Lo que está claro” dijo el pergrino, “es que el Cristo no ha hecho el camino”, para después de la risa contarle a un asombrado director comercial como no era posible que Cristo estuviera gordo pues antes de la pasión se había llevado cuarenta día en ayuno por el desierto de Judea. El peregrino, era un conocedor escéptico de los temas religiosos, cosa que hizo que la poca fe que profesaba el grupo se fuera alentando.
La grata sorpresa del día llegó cuando al cabo de un rato de reflexión al lado de un puente, el peregrino vio a su grupo hablando a la vez con otro grupo. La economista, cuando vio al peregrino le indicó con aspavientos emocionados que se acercara. Al llegar a la reunión, le dijeron que una señora voluntaria se ofrecía a explicar el origen de la llegada del Apóstol Santiago a estas tierras, a cambio, tenían que subir unas escaleras de más de doscientos escalones, a lo que sin ningún tipo de pereza el grupo accedió. La señora de una edad bastante cercana a la vejez, contaba la historia y la leyenda, como si se lo estuviera explicando a niños de diez años. Lo que la guía religiosa no se esperaba era que el peregrino fuera un gran inquisidor y las últimas escaleras la subió con él. La pobre señora cuando enseñó el final de la montaña donde habían subido, contó otra leyenda y rápidamente se despidió y se marchó huyendo de las intensas preguntas del peregrino.
En lo alto de la montaña, el peregrino fotografío la paz esperando en vano que la montaña se moviera.











