
Para mi el año comienza y termina antes y después de la vacaciones de verano. Hoy, que es lunes y estoy alejado de lo cotidiano en el maravilloso mundo del relax vacacional, quiero contar y mostrar cual ha sido la experiencia más gratificante que he tenido este año.
En septiembre después de jurar no pasar más calamidades laborales, decidí no trabajar los lunes y así poder ir como voluntario al comedor de la Orden de Malta. Para mí la Orden de Malta estaba relacionada con Roma y especialmente con el ojo de la cerradura por donde se contempla la maravillosa cúpula de San Pedro. ¿Por qué decidí ser voluntario en este comedor? Podría contestar con muchas frases hechas y alguna que otra banalidad pero en realidad no tengo ni la menor idea, lo que si puedo afirmar con rotundidad es que mi decisión de contribuir a este voluntariado ha sido lo más sensato que he hecho este año.
Recuerdo perfectamente como fue el primer día que iba a mi nuevo proyecto. Llegué nervioso como un colegial, alegre como un adolescente ante su primera cita y tenso como cuando vas a la primera entrevista de trabajo. Ese día cuando terminé de trabajar me sentí como Gene Kelly en «cantando bajo la lluvia».
Gracias a mi voluntad voluntariosa he aprendido muchas cosas. Por ejemplo a cortar carne y verduras con un cuchillo tan grande como el corazón de Manel. Gracias a la oportunidad que me dieron las hermanas Parias, he descubierto como se limpia el alma. Gracias a las dos Mónicas a Beatriz, Ana, Rosa, María, Gabriela, Encarnación, Laly, Pablo y Jose María, puedo certificar que la sonrisa es más poderosa que el esfuerzo.
Las fotos que pongo, tiradas con el móvil, son un homenaje a «los lunes del comedor», que es como se llama nuestro grupo de Whatsapp y que gracias a ellos he encontrado a un grupo de amigos que con la firme voluntad de ayudar a los más necesitados, me ayudan a crecer emocionalmente.