
¿El fin del camino puede ser el principio de algo? La última etapa era la segunda más larga y según el director comercial, que era poco dado a la falta de planificación, la que mas cuestas tenía. La primera intención del peregrino era levantarse muy temprano para poder llegar a la misa de las doce en la Catedral de Santiago. No fue creído por el grupo en el que se encontraba el peregrino. A las siete de la mañana ya estaban todos a oscuras, pues todavía no había amanecido, en la puerta del hotel para comenzar su última etapa. Decidieron desayunar por el camino, a sabiendas que por la experiencia de las demás etapas, no había muchos bares a los que acudir.
A los pocos kilómetros se encontraron casi por sorpresa con el cementerio de Iria Flavia, fue una sensación rara, pues era de noche. Al peregrino se le vino al pensamiento la rima de Bécquer: ‘¡Dios mío, qué solos/ se quedan los muertos!” El peregrino saludó al Marqués de Iria Flavia, del escritor Camilo José Cela, pues recordó el momento vivido gracias a su libro de la Colmena, cuando el peregrino era aún un observador de la mucha vida que le quedaba por vivir y culminó una primeriza y grandiosa experiencia sexual, gracias a que invitó a una diosa de los libros y escultural musa de la juventud, a ver la película “La Colmena”. Por la noche, ya solo en la Plaza del Obradoiro, justo enfrente de la fachada principal de la Catedral y sentado en una piedra y apoyado en otra, el peregrino fumándose un puro, se puso a ver mentalmente la película del camino, cuando le pasó la escena de la tumba del Premio Nobel, vio como Cela le guiñó un ojo.
El desayuno fue fabuloso, gracias a haber rechazado otro bar más cercano, pues la camarera con prepotencia y sin prácticamente mirar a la cara dijo que tardaría mucho en atender, pues estaba sola. Cómo la paciencia no era el fuerte del peregrino y más si se le unía la mala educación, el peregrino sin esperar el quórum necesario se levantó y dijo: “nos vamos, seguro que encontramos otro”. La doctora, que es la educación en persona, intentó decir algo, pero no se atrevió y los demás secundaron sin rechistar al peregrino. ¡La gloria del desayuno se hallaba a tan solo unos metros!. ¡Qué pan más rico! ¡Qué café tan maravilloso! ¡Qué croissant tan normal! ¡Qué baños tan limpios!. Durante la parada, recordaron la suerte qué habían tenido en todo el camino, entonces la doctora con un suspiro que solo saben dar las mujeres y el champán cuando se abre lentamente, dijo: “¡Qué pena, ya se acaba, hoy es el último día!”
La etapa se hizo larga y a la vez corta, dio tiempo a ver a todos los peregrinos que se habían encontrado días atrás, especial alegría le causó al peregrino ver a una mujer que se había fastidiado la rodilla el primer día y que con un optimismo y una fuerza bruta fuera de toda lógica, seguía subiendo las cuestas arrastrando la pierna izquierda. El peregrino también vio al cura atlético que iba cargando una silla ortopédica, pues en el grupo de niños que llevaba, uno tenía problemas de movilidad. “Esto es fe, este hombre hace afición”, pensó el peregrino. Hablando con su grupo de una amiga y dos antiguos desconocidos, comentó la frase que pensó al ver al sacerdote y como perdió la fe, aunque no las buenas intenciones, leyendo el libro de Unamuno, ‘San Manuel Bueno, mártir’. De repente observó como su nuevo amigo el director comercial cogió el móvil y se puso a enredar en él, de pronto dijo: “¡Ya he comprado el libro por Ámazón, mañana me llega y lo empezaré a leer!”
El habitual bocadillo de lomo se lo comió a medias con la economista que a base de insistencia lo probó el último día. Se sentaron en una mesa donde ponía que a las doce estaba reservado para un grupo de ‘kayak’. La joven camarera dijo que era una ruta que emulaba la que hizo la barca que trajo al santo y el peregrino emulando al famoso matador de toros dijo: “¡ Hay gente pa ‘to’!.
A los pocos kilómetros de llegar a Santiago, en lo alto de un monte, el peregrino se emoción cuando divisó a lo lejos las torres de la catedral. Lleno de emoción se lo comentó al grupo y el director comercial dijo: “no las mires que trae mala suerte”: “¿Cómo?”, dijo el peregrino. “Tu dijiste cuando veníamos en el tren y pasábamos por Santiago que no se nos ocurriera ver las torres de la catedral, qué eso traía mala suerte”. “Claro” dijo el peregrino sabiendo que fue una ocurrencia y casi certificando que su nuevo amigo le estaba gastando una broma, “fijaros la suerte qué hemos tenido en este camino por haberme echado cuenta”. La realidad es que la frase se la inventó el peregrino cuando el día antes de comenzar el camino y de viaje en tren camino de Vigo, en un breve instante vio a lo lejos las tres torres majestuosas de la catedral y pensó: “Soy un privilegiado”, pero como el pensamiento interior y el habla exterior no se llevan bien, le dijo al grupo todo lo contrario.
La llegada a Santiago no fue la esperada, pues acostumbrado al Camino Frances, en este portugués que estaban haciendo, las indicaciones brillaban por su ausencia. La obsesión del peregrino era que todos juntos escucharan la gaita por el pasaje que lleva a la Plaza del Obradoiro. Por ello, los últimos kilómetros los hizo pendiente de que nadie se adelantara ni se atrasara. Cuando entraron en el casco histórico de la ciudad, el peregrino se dio cuenta que iban directamente a la calle Franco y por lo tanto la entrada la harían al revés. Sin dejar qué nadie tomara ninguna decisión salió por una calle que lo llevaría a la plaza de la puerta santa y desde allí rodeando la catedral, llegaría al pasaje donde siempre estaba el gaitero y justo a la izquierda la grandiosa Plaza del Obradoido. En un momento determinado, vio cuando soló quedaba pocos metros para llegar, como el director comercial, tiró por otra calle: “ Pero, ¡dónde vas!”, le gritó el peregrino: “a comprar lotería”. La contención verbal y física que tuvo que hacer el peregrino para no armar allí un espectáculo fue descomunal, gracias a Dios le dijo: “Anda ‘palante’ y la compras después”.
¡Claro que se abrazaron fundiendo sus cuerpos y sus almas en una! ¡Claro, que sintieron la hermandad que durante varios días habían estado construyendo! ¡Claro que durante un buen rato se tiraron al suelo y con la cabeza puesta en la mochila, contemplaron en el silencio de la bulla, la meta final!, ¡Claro que se fotografiaron en grupo e individualmente! ¡Claro que cada uno se acordó de las personas que más querían ! ¡Claro que entraron por la puerta santa! ¡Claro que se fueron a intentar comer una mariscada! ¡Claro que saludaron a todos los peregrinos que se habían encontrado por el camino¡ ¡Claro que compraron lotería! ¡Claro que intentaron asistir a la misa! ¡Claro que el peregrino fotografió la paz en la Plaza del Obradoiro! ¡Claro que tanto los hermanos Arturo e Inma, como los amigos Eduardo y Marta sintieron que habían vivido una experiencia única e irrepetible como peregrinos!









