Cultureta

Exposición Carmen Laffon /Eduardo Briones
Las únicas colas que me gusta ver y guardar son las que se forman para entrar en los museos y eso que en una de ellas no me ha servido de nada guardarla, pues la hora de cierre ha llegado antes de poder entrar. Esta mañana me he levantado “cultureta” (expresión que acuñó mi amigo Javi cuando terminó el Camino de Santiago y le dieron un diploma tipo B, por decir, al ser preguntado por el motivo por el que había realizado el Camino de Santiago, que no había sido por motivos religiosos, sino culturales: “Esta mierda de papel me lo han dado por cultureta”, nos dijo cuando vio que otros llevábamos un diploma en condiciones).

A la una hemos llegado al Convento (me niego a decir espacio) Santa Clara. Después de estar un cuarto de hora esperando paciente y educadamente la cola un joven, con cara de niño y trajeado como de primera comunión, se ha dirigido educadamente a todos los que estábamos allí para decirnos que posiblemente no nos iba a dar tiempo de entrar antes de la dos. La decisión estaba clara, como buenos “culturetas” no hemos ido al Monasterio de la Cartuja para ver la exposición de Carmen Laffon. ¡No entiendo como no puede estar lleno de turistas este espacio! Cada vez que visito el Monasterio exclamo; ¡Qué daría cualquier ciudad del mundo por tener algo así!. El paseo hasta llegar a la cola para sacar el ticket de entrada a la exposición es un placer para los sentidos. Sobre la exposición de la pintora sevillana nada que decir, pues la obra es para ser admirada y no contada, o por lo menos por mi.

Hoy domingo, 19 de octubre que ha sido el día del “cultureta” he disfrutado de guardar dos colas, una para no ver nada y otra para sentir mucho.

LA REINA ALADA

LA REINA ALADA

¡Quien tiene una reina en su vida no necesita nada más!. ¡Imaginaos los que tenemos varias ! Según los cuentos que me contaban, leía y veía de pequeño, la reina siempre representaba una figura positiva de poder que te arropaba en los momentos duros de la vida y te guiaba por el camino del bien.

Como todas las reinas no son iguales (incluso de adulto te encuentras algunas que son muy malas y que gracias a Dios no las he conocido en profundidad) algunos hemos tenido a varias que cumplen a la perfección sus responsabilidades en las diferentes facetas de la vida.

Ayer tuve la oportunidad y por qué no decirlo, el privilegio, de asistir a la toma de posesión de una nueva reina que he coronado en mi ser: “La reina alada”. Nada más ver la fotografía que muestro, lo primero que me vino al pensamiento fue la frase con la que titulo este post.

Cuentan una historia en la que una niña que iluminaba su cara con el sol de la mañana aspiraba a conseguir la felicidad. Sus genes le proporcionaban la base y su familia la educación. Cuando cumplió diez años su padre le regaló unas alas y le dijo: «Utilízalas para volar a través de las personas y averiguar a quien tienes que sonreír y a quien no”. Cómo todo regalo novedoso y sorprendente los primeros usos fueron algo caóticos pero a través de ilusión y sentido común, logró el objetivo para el cual las alas fueron fabricadas.

Cuentan la historia de una mujer que enamorada de la vida vio pasar a otra mujer volando alrededor de ella. No le llamó la atención la forma de volar de la mujer sino la sonrisa limpia y sincera que trasmitía. Nada más posarse a su alrededor, en solo dos saludos descubrieron que ambas se habían estado buscando durante toda la vida para compartir una amistad verdadera.

Cuentan una historia de un hombre desesperando por cambiar el rumbo de de su vida y que buscando lo que no encontraba encontró lo que necesitaba. Sin compromiso con lo superficial descubrió el optimismo a través la sencillez del amor, se vacunó contra el virus del pesimismo y se enfrascó en rodearse de gente que le aportara positivismo.

Cuentan la historia de una mujer que le brillaba la cara como el sol de la mañana, de otra mujer enamorada de la vida y de un hombre encantado de haber sido tocado con la vara mágica de la amistad y del amor.

Hoy, un día después del cumpleaños de Sol y con una resaca digna de tal celebración, tengo la sensación que todos los que estábamos en la terraza del hostel Calatrava éramos unos privilegiados por haber sido elegidos por una reina alada que un día nos divisó desde el cielo.