El camino portugués contando por un peregrino. Preámbulo

¿Qué hace que un hombre del siglo XXI decida recorrer a pie más de 100 kilómetros, para llegar a un objetivo sobre el que duda si cree? El viajero, que a partir de ahora será el peregrino, se aventuró con una amiga y dos desconocidos a iniciar la experiencia de hacer las ultimas etapas del camino portugués, atraído por las experiencias que una buena amiga le trasladó. Ni la planificación ni la intendencia fue fruto del trabajo del peregrino, pues acostumbrado a la improvisación y criado en el libre albedrío, la puntualidad del orden no encajaba con su personalidad. Aunque eso si, las pautas del viaje las tenía claras, salir en avión desde Sevilla a Vigo y allí coger un coche hasta Tui, volviendo en avión desde Santiago a Sevilla. Por un bendito error de transmisión oral, el vuelo los llevó a La Coruña, por lo que el peregrino junto a sus compañeros pudieron disfrutar de un maravilloso paisaje gallego visto desde un tren.

La primera casualidad agradable ocurrió en Vigo, que es donde terminaba el primer trayecto en tren. El peregrino perdona muchas cosas menos la comida, por eso, nada más llegar propuso con la insistencia de la persuasión, encontrar un lugar donde satisfacer el ansia de probar los productos del mar y la tierra de esa bendita región española. El peregrino no quería andar y sin consultarlo tomó la decisión de coger un taxi. Le dijo al conductor que pretendían ir a la estación de autobuses pero que antes les apetecía picar algo, éste los dejó en un bar donde por un menú discreto tocarían el cielo dándoles un trago a la cerveza autóctona y un bocado a ese magnífico pan que esculpen en Galicia. Las zamburiñas, la empanada y el pescado fueron otros cantos celestiales que los acompañaron durante el trayecto de más de veinte minutos a la estación de autobuses, pues el bar estaba a esa distancia. El viaje de Vigo a Tui en autobús lo llevó a retroceder en el tiempo unos cuarenta años, pues durante el trayecto de unos treinta minutos recordó esa época de su vida.

El pueblo de Tui le gustó, cuando hace años en una visita breve, cuyo principal y único objetivo era visitar la catedral atraído por el libro “La rosa de piedra” de Julio Llamazares, lo visitó. En aquella ocasión, como era un viajero, lo sintió de diferente manera. Ahora era un peregrino y la simbología que se encuentra tallada en el maravilloso pórtico de la catedral, le generó una nueva admiración por los autores anónimos de las obras de arte. ¡Hasta la representación de la Virgen pariendo y la de Herodes rascándose debido a la sarna, adquirieron un significado diferente a la primera vez que los observó! La razón es bien simple, la primera vez era un viajero que lo vio y la segunda era un peregrino que lo contempló.

Cómo la catedral cerraba a las ocho y al peregrino se le había olvidado en el hotel la mascarilla obligatoria para visitar un lugar cerrado, perdió más de diez minutos pidiendo una mascarilla a todo el que se encontraba por la calle. Un peregrino rebuscó hasta lo más profundo de su mochila para no encontrar nada, al final, en una heladería una empleada se compadeció del peregrino y le dijo que si no le importaba llevar una mascarilla rosa, agradecido y emocionado la cogió rápidamente, dando las gracias repetidamente y se fue corriendo a la catedral. No llegó, acababan de cerrar y por lo tanto por mucha persuasión e insistencia que utilizó, no le dejaron ver al San Francisco Javier con el puro que tanto interés le había despertado al leer el libro de Julio Llamazares. Lo que nunca dejó atrás fue la mascarilla rosa que lo acompañó durante todo el camino.

El paseo por el río fue de las cosas más placenteras que recuerda y allí se dio cuenta que su viaje sería encontrar la paz interior, por eso se propuso desde ese mismo momento compartir una fotografía en su cuenta de Instagram (@ebriones3) que mostrara la paz de los lugares donde llegaría. Su primera paz fotográfica la halló en la orilla del río Miño.

La ilusión de comenzar un camino
La paz del Río Miño
La paz del río viendo Portugal
El peregrino columpiándose con la mascarilla rosa
El columpio de la economista
La siesta del gato
Buscando el inicio del camino
Figuras en el pórtico de la Catedral de Tui
Viaje en autobús

En la playa por la mañana

Playa solitaria

Un día raro como el de hoy, después de desayunar, me he ido temprano a la playa, (estoy de vacaciones; eran las 10:30 de la mañana), el cielo azul añil rodeado de una gran cantidad de nubes blancas me hacía presagiar que podía hacer alguna que otra fotografía para el post de hoy y así alegrarle la vista a mi amigo Javi.

Es muy difícil, o más bien imposible, fotografiar lo que se ve, pues la vista está asociada a los pensamientos y a las sensaciones que experimenta en cada instante de la observación, (si, Francisco, se que esto es una paja mental).

Hoy, me he levantado temprano (a las 10 de la mañana) para fotografiar unas sensaciones y escribir unas impresiones y como decía Serrat en una des sus canciones; «no se me ocurre nada».

He vuelto a ver unas banderas a media asta. Un camino que pudiera estar en cualquier sitio menos en una zona residencial al lado de mar. Una playa medio vacía. Una nube blanca que me ha recordado a Eolo; Dios del viento. La luna como tímidamente entre nubes se despedía de los pocos caminantes de la playa.