Calor

Estamos en alerta naranja y el calor es insoportable. No entiendo a la gente que le gusta este clima. Sevilla es una maravilla pero no con estas temperaturas. A pesar de que algunos bares pongan en sus terrazas agua vaporizada, el hielo se derrite tan rápidamente que el Whisky sabe a Coñac.

En verano soy un enamorado de Asturias o de Santander tierra del Almirante Bonifaz, que en pleno Agosto rompió las cadenas — seguramente calientes— que hicieron posible la conquista de Sevilla.

P.D. Hace dos años publiqué este post que seguramente hoy también sería actualidad.https://eduardobrionesgomez.com/2013/07/04/reirse-de-la-calo/

¡Qué calor!

¡Qué calor!

Salir hoy de compras por Sevilla, es tarea de titanes, pues el calor o la calor; quema. Esta mañana me he encontrado con una señora que ha decidido utilizar los objetos que vende esta tienda de decoración para descansar. Esta escena me ha recordado a la madre de una amiga mía que estoy seguro que al ver la “regaera” vacía de agua y utilizada como recipiente para colocar unas hojas secas, hubiera sacado también el utensilio más práctico y fácil de trasportar en estos días como es el abanico y habría dicho para sí: «¡Quien me manda salir a mi hoy, con lo “malameeeeeeente” que estoy de dinero, y la calor que hace!»

Calor a la mejicana

Calor a la mejicana

La Avenida del infierno en Sevilla, también se llama de la Constitución. Los árboles brillan por su ausencia y la sombra es un espejismo. En medio de la ola de calor, que como todos los años estamos padeciendo y al ser una de las columnas vertebrales de la ciudad, pasear por su caliente suelo es uso obligado para turistas y para sevillanos a los que urja hacer algún «mandao».

La otra tarde me encontré en el segundo grupo y fue muy duro recorrer en aproximadamente 10 minutos el desierto asfáltico. A mitad de camino, me tuve que parar a comprar 1,80 euros de agua, (si, 30cl de agua cuestan1,80 euros). Cuando ya había logrado apaciguar mi sed y dispuesto a emprender la aventura de seguir caminando, me encuentro con la escena que os muestro. Un mejicano, sudando la camisa y cantando muy malamente a su su tierra. ¡Cuanto mérito o cuanta necesidad tiene este hombre!.

A los amantes de las rancheras y a los borrachos, que en las bodas nos martirizan cantándolas, les encanta escuchar el grito que desde lo más profundo de la garganta se lanza entre letras apasionadas: AAAAIIIIIIIIIIAA, AAAAIIIIIIIIIIEAIIIIIEE, AAEIIIIIIIIIIUA. Los que entienden de este grito tan peculiar dicen que tiene que confundirse entre el gozo y el dolor, entre el júbilo y el desahogo, entre un me duele y un me vale. Ahora entre el gozo de estar escribiendo este post en una habitación con aire acondicionado y recordando el suplicio de caminar en verano por la Avenida de Constitución, grito; «AAAAIIIIIIIIIIAA, AAAAIIIIIIIIIIEAIIIIIEE, AAEIIIIIIIIIIUA, ¡QUE CALOOOORRRR PASÉÉ, CABRONEEEES!»