La playa en invierno

La playa y el verano están intrínsecamente relacionados. Pero la playa y el invierno también guardan una interesante simbiosis, una prueba de ello son las fotografías que hice este invierno a un mar embravecido y a unas arenas llevadas velozmente por el viento. Si agradable fue desayunar contemplando entre cristales la vista esplendorosa que el mar ofrecía, pasear, con un fuerte viento por una playa solitaria de Barbate, escuchando el sonido de las olas, fue lo más placentero que un ser humano libre puede experimentar. La fotografía nunca sustituirá a las sensaciones, pero a veces se acerca a las emociones.

 

La calma

Después de la tormenta siempre llega la calma y ayer fue un día de calma. Los que me conocen y me siguen saben que lo qué más me calma es pasear por la playa al atardecer. Después del fin de semana desesperante por culpa de un concierto colocado en un lugar inapropiado conseguí cumplir con uno de los propósitos de las vacaciones; relajarme.

Durante esta semana de vacaciones sólo pretendo encontrar el equilibrio de espíritu que me de la tranquilidad necesaria para afrontar los nuevos retos que comenzarán muy pronto. Ayer al atardecer, paseando por la playa, comencé a sentir y a fotografiar el propósito de esta semana de vacaciones.

Mi libertad

Me acuerdo que en el colegio cuando la democracia se estaba instaurando en el país de lo que más se hablaba era de libertad. La idea que nos inculcaban en aquella época era que la libertad consistía en hacer lo que nos apetecía pero siempre respetando la libertad de los demás. Este principio siempre lo he tenido presente a lo largo de mi vida, por eso me llama tanto la atención cuando veo que ese principio no se respeta.

Estoy en Costa Ballena en un agradable chalet que una cuñada nos ofrece para descansar unos días. La casualidad ha hecho que coincidamos con un macro concierto con lo que el descanso deseado está reñido con el divertimento juvenil, pues los tonos musicales; sobre todo los tonos bajos, hacen imposible concentrarse en lo que más le apetece a uno por la noche que es simplemente dormir.

Esta mañana paseando por la playa me he dado cuenta de la verdadera magnitud del acontecimiento que por la noche a penas me dejó descansar. La basura que sobre la playa había, era algo que me ha hecho plantearme una pregunta. ¿Quién respeta mi libertad?.

No estoy en contra de que la gente se divierta, tampoco estoy a favor de que se prohiban los espectáculos musicales. Pero lo que exijo y espero es que cada cual se comprometa a cumplir con sus obligaciones y eso requiere que se utilice el sentido común.

En una zona residencial, donde el ambiente predominante es familiar, no es lógico que permitan concentrarse en unas pocas hectáreas a 20.000 personas donde la mayoría de los asistentes son jóvenes que cuando consumen bebidas alcohólicas y algo más, ansían la libertad propia pero no la ajena. No es coherente que los buenos intencionados turistas que han pagado o han alquilado un hotel o un apartamento en Costa Ballena y sus alrededores se vayan mas estresados de lo que llegaron, por la sencilla razón de que la música no les ha dejado descansar. Es inhumano bajar a la playa para dar un paseo y encontrar suciedad por todas partes, porque aquellos que la producen les importa un rábano que la haya. Es indignante que los que respetamos y luchamos por la libertad de otros no seamos correspondidos de la misma forma.

La foto que muestro no es el resultado puntual de una casualidad sino la consecuencia de una irresponsabilidad.

Mirada perruna

Mirada perruna. /Eduardo Briones

Este verano en Tánger me llamó la atención los pocos perros que había por la calle siendo paseados por sus correspondientes amos. Cuando lo cuento, los chistes sobre el asunto son múltiples; algunos muy desagradables y otros graciosos e imaginativos.

El año pasado en Cádiz me ocurrió lo contrario, sobre todo en el barrio de la Viña, parecía como si una voz en off dijera; “No salgan sin sus perros”, pues lo raro era ver a un hombre o mujer con un solo animal.

Como yo no soy muy amigo de los animales en cautiverio, pues me gusta que todos tengan sus espacios, los observo y me llaman la atención porque yo nunca los tendría.

El otro día en la calle San Fernando de Sevilla, me paré en seco cuando vi la escena que muestro; una señora plácidamente en una cafetería viendo pasar la vida mientras su perro la mira con paciencia y admiración.

¡Se admiten chistes sobre esta situación!

Cádiz, marco incomparable.

Cádiz, marco incomparable. /Eduardo Briones

 

¡Qué tendrá Cádiz que tanto enamora! Ayer se me pasaron las horas volando sentado en el “Quilla”, que se encuentra en el paseo, Antonio Burgos, donde el autor de las Habaneras de Cadiz contempló “las olas de la Caleta, que es plata quieta” y yo fotografié el marco incomparable de esta maravillosa ciudad.

Al igual que los musulmanes tienen que visitar la Meca por lo menos una vez en la vida, todos los ciudadanos del mundo deberíamos por obligación, ir por lo menos una vez al año a este santuario andaluz.

 

PD. Mi peregrinación a Cadiz del año pasado.https://eduardobrionesgomez.com/2013/07/30/cadiz/

Sombra

Sombra

Después de haber tenido la desgracia hace un mes de ser víctima de un robo, mientras disfrutábamos de unas merecidas vacaciones en Costa Ballena, sustrayéndonos dos objetos valiosos, que más que el valor físico, que lo era, era  el sentimental, me encontré con esta fotografía. Por no alarmar y ante la indignación que me producía la impotencia de verme agredido por ladrones fichados por la policía y absueltos por la justicia, me propuse no escribir ni enseñar ninguna fotografía al respecto.

En estos momentos que estoy editando las fotografías del verano, me he parado ante la imagen que muestro. Fue tomada la misma tarde que nos robaron. Para aliviar el disgusto que nos habíamos llevado esa tarde cuando vimos que unos ladrones había entrado en casa, nos fuimos a caminar para contemplar las fabulosas puestas de sol que nos regalaba todos los días la costa de Cadiz. Cuando dentro de la urbanización vi esta imagen me acordé del tratado de  la  «Alegoría de la Caverna» de Platón. Como tengo vergüenza torera, no disertaré sobre esta alegoría pero al ver la sombra de la bicicleta al lado de un gancho donde debería estar amarrada esta, pensé lo siguiente: Las sombras, algunas veces nos impiden ver la realidad y es ahí, donde otros se aprovechan de nuestras debilidades. Muchas veces deberíamos ser más pragmáticos y saber que la prevención es la mejor arma ante la indefensión. 

Cádiz

Elocuencia
Cádiz, es la ciudad de la gracia y ayer nada más llegar a la tacita de plata lo pude comprobar. Cruzando por un semáforo muy cerca del puerto donde había dos trasatlánticos atracados, un motorista mirando a dos turistas que estaban comiéndose un plátano, dice: «Míralo, comiéndose la «frutita» que se bajan del barco; ¡ezo, pa no gastá na aquí».

Cádiz, estaba llena de turistas que paseaban por su limpia y cuidada ciudad mientras los gaditanos hacían su vida normal, unos buscando sombra dentro de un monumento raro, otro tomando el sol en una pequeña terraza que da al ayuntamiento, una señora sentada y observando como pasa la vida por su ciudad desde una ventana, otros trabajando en tiendas y bares y casi todo el barrio de la viña, o a mi eso me pareció; en la Caleta, donde grupos de señoras se reunían alrededor de varias sombrillas para jugar tranquilamente al Bingo.

Hoy he leído en el periódico «El Mundo» en la sección de Sevilla, un divertido artículo de Javier González-Cotta, donde entre otras cosas dice citando a Walter-Benjamín; «que poco importa no saber orientarse en una ciudad, lo difícil es aprender a perderse, como el que se pierde en un bosque».

Precisamente esa es mi filosofía de viaje y como no, es lo que he empleado hoy en una ciudad que he visitado muchas veces pero en pocas ocasiones la he disfrutado perdiéndome por ella. Desde el puerto me dirigí a la plaza del Ayuntamiento, entre callejuelas salí a la plaza de la Catedral, donde por una calle coqueta y llena de tiendas, llegué a la moderna pero bonita plaza de abastos; la primera cerveza cayó en uno de sus bares, donde me llamó la atención como una hombre sentando en una de las puertas del bar contemplaba pensativo un pequeño callejón sin atractivo, por lo menos a simple vista.

Andando y perdiéndome, he llegado al «Frente del Vendaval», donde ante un mar calmado y profundo de un color azul verdoso la vista me ha llevado hacia la parte posterior de la Catedral. Tan cerca estaba del restaurante «El faro de Cadiz», que no he podido resistirme a entrar para comer, entre otras cosas fantásticas, unas tortillas de camarones.

Con el estomago lleno, me he ido a la Caleta entrando por su puerta majestuosa que lleva al Castillo de San Sebastián, donde por el paseo empedrado y ante la marea baja, de un lado a otros, me ha dando una envidia sana, ver como los gaditanos disfrutaban de su mar. Desde allí he contemplado el Balneario de Nuestra Señora de la Palma y del Real y el Castillo de Santa Catalina.

Sin apartarme de mar ni del malecón, he vuelto a mi lugar de origen con la mala suerte de que la batería de la cámara me ha dejado tirado y por lo tanto, las fotos que pude hacer y no hice las volveré a hacer otro día. Posiblemente la batería de la cámara me indicó que un día en Cadiz no es suficiente para perderse y disfrutarla.