Mujer eterna

Ayer, distraído y extasiado con el panel de colores que la naturaleza estaba regalando a mis sentidos, me fijé en una mujer que desde el paseo marítimo estaba disfrutando como yo, de una espectacular puesta de sol.

Juro por lo más sagrado, que a lo lejos no vi a una mujer cuya belleza interior y exterior derrite a los últimos rayos de sol. Juro por lo más sagrado, que a lo lejos no vi a una mujer simpática e inteligente que demuestra continuamente con su espíritu luchador que la vida merece la pena vivirla. Juro por lo más sagrado, que a lo lejos no vi a una mujer a la que rinden pleitesía todos los que la conocen. Juro por lo más sagrado, que a lo lejos no vi a una mujer que es más fuerte que el viento y más apetecible que la suave brisa del atardecer. Juro por lo más sagrado, que a lo lejos no vi a una mujer que respira positivismo para exhalar optimismo. Juro por lo más sagrado, que a lo lejos no vi a una mujer cuya felicidad está en los pequeños detalles que hacen feliz a su inmenso corazón. Juro por lo más sagrado, que a los lejos no vi a la mujer a la que debo todo lo que soy y posiblemente lo que seré.

Ayer, antes de no ver a esa mujer, escuché una canción que entre otras cosas decía: «Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio/ no lo vayas a decir» Algunas veces nos empeñamos en hablar cuando el silencio nos regala la mejor conversación. Con la escritura y la fotografía pasa lo mismo. Ayer, cuando supe quien era la mujer que fotografié y pretendía escribirle algo por su cumpleaños, decidí no hacerlo y regalarle unas imágenes cuyo texto sea comprensible sólo para su imaginación.

La mujer que fotografié ayer, sin saber quien era, debería cumplir años eternamente.

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