Ayer por la tarde en la iglesia del Salvador, contemplando la muerte plasmada magistralmente por Juan de Mesa en su Cristo del Amor, volví la mirada a la izquierda para ver de lejos como el Cristo de Pasión, con su mirada baja y complaciente, esperaba esplendorosamente entre naranjos la visita de sus fieles.
Al salir de la iglesia me encontré con la estatua de Martínez Montañés, me paré un momento y miré la fotografía que había hecho al Cristo de Pasión, para encontrarme con una sorpresa. Tanto la estatua del Dios de la gubia, como una de las obras cumbres del barroco sevillano, estaban flanqueadas por naranjos, naranjos que en unos meses dejarán paso al azahar que tanta inspiración produce en la mente de los buenos artistas.