Este hombre que durante varios años va por los bares de sevilla con un extraño instrumento tocando sonidos, según él, de África, a una hora determinada de la mañana hace una parada para rezar. Está claro que sus oraciones no van dirigidas hacia el Dios en el que creen la mayoría de los sevillanos, pero con una libertad que es incomprensible para algunos, este señor tiene la posibilidad de dirigirle sus súplicas a un Dios que aunque no lo conozco lo respeto y por eso exijo el mismo trato con relación a mis creencias y preferencias.
La próxima vez que este hombre me intente deleitar con algún sonido africano, le seguiré diciendo con una sonrisa libre y amable que no me gustan sus cantos aunque respete su arte y su forma de rezar.