El Viernes de Dolores se convirtió en un esplendido día para calentar motores de cara a la esperanzadora Semana Santa que comenzará mañana. Después de haber estado por la mañana recogiendo la papeleta de sitio de la prensa, recorrí la exposición de fotografías que la fundación Cajasol (desinteresamente para los fotógrafos, se nota su espíritu catalán) a colocado alrededor de los palcos de la plaza de San Francisco. Algunas fotografías merece la pena verlas, pero es raro ver una exposición de la Semana Santa donde no aparezca ni un paso, ni una imagen tallada ni siquiera una Dolorosa.
Por la tarde , salí a la calle con tres claros objetivos, ir al Salvador para ver al Señor de Pasión, asistir en la Iglesia de la Magdalena al traspaso del Santísimo Cristo del Descendimiento a su paso procesional y por último tomar unas tapas en el Corralón (un bar moderno con conceptos de toda la vida que regenta mi amigo Luis Doblado y que se encuentra muy cerquita del lugar donde desde chico quise vivir; El Altozano) y ver pasar por allí sobre las once de la noche al Cristo Trianero de Pasión y Muerte.
Como dice el refrán, “del dicho al hecho hay poco trecho” y los objetivos los cumplí a medias, pues fui a todos los lugares señalados pero no hice lo que en un principio tenía planeado hacer. Cuando llegué a mi primer destino, la iglesia del Salvador, había comenzado la misa previa al traslado de la Virgen de la Merced a su paso, por lo que no me pude acercar al altar y ver de cerca al Cristo que me produce más “Pasión”. A pesar de ese pequeño inconveniente pude fotografiar una imagen que nunca había visto. La Virgen de la Merced ocupando el primer lugar y detrás la imagen de un hijo preocupado por el sufrimiento que su madre tendría horas después por la pérdida inmesirecordie del fruto de su vientre; por lo menos eso es lo que pensó mi mente barroca al hacer la fotografía.
El segundo destino lo cumplí a medias, llegué a las ocho, o sea una hora antes. A la primera persona que me encontré fue a mi nuevo amigo Pablo, que fue el que me invitó a ir a ver lo que hacía ya tres años había visto, y cuyos recuerdos tengo resumidos en una palabra, recogimiento. Tanto tiempo de espera y tantas cosas por hacer y ver, me fui no sin antes contemplar el singular besapié del Cristo del Descendimiento. Como estaba cerca de la plaza del museo, me pase por la Capilla, con la esperanza de que estuviera abierta y así fue. No pude admirar de cerca la imagen de la Virgen de las Aguas que tantos buenos recuerdos me trae cada Lunes Santo cuando pasa, al son de “Amargura”, por el andén del Ayuntamiento. El Cristo retorcido ante la inminente muerte, también lo tuve que ver a una cierta distancia, pues había un acto de juramento de los nuevos hermanos.
Camino de Triana y dando un gran rodeo, visité dos iglesias más, la Real Capilla del Santo Sepulcro y la de San Antonio Abad, para ver al Cristo yacente que todavía no ocupaba su urna de paseo. Cuando entré en la segunda iglesia me di cuenta que nunca había estado allí; algo imperdonable. El Cristo del Silencio, estaba en el altar y su sola presencia inundaba de silencio el templo, que por cierto estaba con el aforo completo. Camino a mi destino, pensé: ¡Estos días los templos deberían estar abiertos las veinticuatro horas del día!
En el Salvador, vi el primer nazareno y la primera cofradía; la del Cristo de la Corona,. Recordé, como el año pasado lo vi salir de la Catedral y también lo fotografié pasando por delante del “Bacalao” que habían colocado un día antes al final de la “cuesta del bacalao”. Durante unos minutos me paré a ver como pasaba por el Salvador la imagen de un Cristo que lleva la Cruz de un modo muy peculiar.
¡Triana, es Triana y con las cosas de Triana hay que morir!. Un Viernes de Dolores procesiona una bellísima talla de un Cristo muerto en la cruz, donde el silencio y la oscuridad es lo más destacado. Cuando vi en al Altozano la Cruz de Guía que llegaba de la calle pureza para adentrarse en san jacinto, la primera impresión que me dio, es que estaba contemplando una semana santa de hacía muchos años, pues era como esas fotografías en blanco y negro donde había poco público y mucho espacio.
Con un frío considerable llegué a mi casa, edité la foto, pero no la subí a blog, decidí que al día siguiente con perspectiva descansada y reflexiva lo haría, como así lo hago. Antes de dormirme eché un vistazo al Facebook, y una entrada de mi nuevo amigo y compañero Juan María Del Pino, me recordó como el año pasado un saetero, Manuel Cuevas, nos enseñó como se reza cantando a la Virgen Macarena.