La semana pasada tuve una saturación mental con respecto a la figura del primer presidente de la democracia española: Adolfo Suarez. Llegó un momento que no supe distinguir la realidad de la ficción. Mis recuerdos de Adolfo Suarez, a pesar de los años que han transcurrido, son claros. La información que he tenido estos días me ha dejado los pensamientos más claros todavía, aunque evidentemente me pierdo en los detalles.
Ayer buscando una fotografía que me había pedido un amigo, le quité las telarañas a un viejo disco duro y encontré, entre otras cosas no recordadas pero si olvidadas, esta fotografía del hijo de Adolfo Suarez, vestido de corto y con una actitud desafiante con respecto al toro. En el año 2006 hubo una corrida benéfica en la plaza de toros de Sanlúcar de Barrameda y entre otros participó Adolfo Suarez Illana. Ante el gran valor que demostró como aficionado, a pesar del poco toreo que desplegó, el público le concedió dos orejas y rabo.
El arte del toreo puede compararse de una u otra manera a la política. Los buenos políticos se caracterizan por su valor a la hora de enfrentarse a los problemas serios, al temple cuando las circunstancias así lo requieren, al desplante ante los intolerantes y al dialogo entre los tolerantes. Cuando se dan estas circunstancias, los votantes reconocen, por medio de sus votos, todas estas virtudes y le conceden el premio del poder. A un torero no se le pide la perfección para cortar las dos orejas y el rabo sino, entrega, valor, arte y armonía.
Como aficionado a los toros y la política, siempre tendré claro que para mi, Adolfo Suarez, fue el gran lidiador que con entrega, valor, arte y armonía (o concordia) paseará para siempre las dos orejas y el rabo que la mayoría de los españoles le pidieron y que el Presidente, o sea el Rey, le concedió para regocijo de la democracia española.