Ayer fue uno de esos días por los que merece la pena vivir. Abracé a dos amigos a los que por nuestra desidia hacía tiempo que no veí. Tomé café con Francisco, mi amigo del alma, cuya mujer, gracias a su fuerza de voluntad y a mi sobrino Felipe del Valle, está estupenda. Comí, merendé y cené con mi amiga Toni, que, aunque parezca mentira, nos faltó tiempo para contarnos mil aventuras más, y entre tanto, Berta, venía a ratitos para aportar alegría y optimismo, contando con su verbo fácil y divertido las anécdotas de la boda que justamente hacía dos años celebramos en las Vegas.
A las cinco de la mañana, después de un estupendo día y noche, estaba andando solo por el puente de Triana, y al bajar la mirada, después de haber estado un buen rato contemplando la orilla mágica de Sevilla, donde en una magnifica panorámica ves las esencia monumental de mi ciudad, me topé con un post colocado en la barandilla del puente de mis sueños que decía: «Un buen día lo tiene cualquiera». Leer ese post fue como cuando después de terminar de ver una buena película lees: The End y como necesitas más, no te mueves de la butaca y con impaciencia miras todos los títulos de créditos, esperando que el director de la película te premie con una última escena.
P.D. Cuando he estado escribiendo este post, mis pensamientos han estado puesto en dos grandes personas y mejores amigas como son Lola y Blanca.