Como la vida misma

Como la vida misma

Este medio día he estado en Sanlúcar de Barrameda y nada más llegar me he encontrado con la escena que muestro en la fotografía, un equipo de emergencia intentando reanimar a una persona en la arena de la playa mientras un grupo de bañistas observan la escena. No muestro la imagen para crear morbo, pues he escogido una fotografía donde no se ve la persona a la que están atendiendo, sino para reflexionar sobre los límites de la curiosidad humana ante la tragedia. A algunos les gusta el morbo sin darse cuenta que en cualquier momento esa víctima puede ser un familiar o ellos mismos y que sin lugar a dudas no les gustaría que personas anónimas les miraran por simple curiosidad mientras la transición entre la vida y la muerte depende de un hilo. Puedo decir que sólo he estado y de lejos en este lugar dos minutos, he realizado mi trabajo que es informar, por lo que he tirado la foto, he preguntado a una persona responsable sobre lo que había pasado y me he ido.

Hoy tenía la idea de escribir sobre el restaurante «La Campana» pues allí me invitaban mis suegros a comer. Tenía muy buenas referencias de ese lugar que se encuentra en Bonanza. Según me habían comentado, ponen los mejores guisos marineros de la comarca y se comen unos de los mejores pescados de Sanlúcar. La casualidad ha querido que hoy leyera un reportaje en ABC, donde mencionaba el restaurante de bonanza y decía: «los fideos a la marinera van bañados en un caldo con tanta esencia que hasta tiñen la cuchara de colorao».

Menos lobos, diría yo. «La Campana» es un sitio feo, pero feo, camareros amables pero poco profesionales y muy sinceros, pues cuando le hemos pedido un pescado nos ha dicho que tarda un poco pues todo el «pescao» es congelado. Por favor, aunque sea verdad: ¡no me digas eso en un bar-restaurante, (pues de restaurante tiene poco) que se encuentra pegado a un puerto pesquero!. Reconozco que los fideos estaban buenos, pero no para el precio que nos han cobrado, en fin, siempre no se acierta y por lo tanto en vez de mostrar lo feo que es el bar-restaurante «La Campana», muestro la imagen patética de los bañistas observando con curiosidad morbosa como la vida de un portugués de 75 años llegaba a su fin por culpa de un infarto de miocardio justo enfrente del Coto de Doñana.

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