Cádiz

Elocuencia
Cádiz, es la ciudad de la gracia y ayer nada más llegar a la tacita de plata lo pude comprobar. Cruzando por un semáforo muy cerca del puerto donde había dos trasatlánticos atracados, un motorista mirando a dos turistas que estaban comiéndose un plátano, dice: «Míralo, comiéndose la «frutita» que se bajan del barco; ¡ezo, pa no gastá na aquí».

Cádiz, estaba llena de turistas que paseaban por su limpia y cuidada ciudad mientras los gaditanos hacían su vida normal, unos buscando sombra dentro de un monumento raro, otro tomando el sol en una pequeña terraza que da al ayuntamiento, una señora sentada y observando como pasa la vida por su ciudad desde una ventana, otros trabajando en tiendas y bares y casi todo el barrio de la viña, o a mi eso me pareció; en la Caleta, donde grupos de señoras se reunían alrededor de varias sombrillas para jugar tranquilamente al Bingo.

Hoy he leído en el periódico «El Mundo» en la sección de Sevilla, un divertido artículo de Javier González-Cotta, donde entre otras cosas dice citando a Walter-Benjamín; «que poco importa no saber orientarse en una ciudad, lo difícil es aprender a perderse, como el que se pierde en un bosque».

Precisamente esa es mi filosofía de viaje y como no, es lo que he empleado hoy en una ciudad que he visitado muchas veces pero en pocas ocasiones la he disfrutado perdiéndome por ella. Desde el puerto me dirigí a la plaza del Ayuntamiento, entre callejuelas salí a la plaza de la Catedral, donde por una calle coqueta y llena de tiendas, llegué a la moderna pero bonita plaza de abastos; la primera cerveza cayó en uno de sus bares, donde me llamó la atención como una hombre sentando en una de las puertas del bar contemplaba pensativo un pequeño callejón sin atractivo, por lo menos a simple vista.

Andando y perdiéndome, he llegado al «Frente del Vendaval», donde ante un mar calmado y profundo de un color azul verdoso la vista me ha llevado hacia la parte posterior de la Catedral. Tan cerca estaba del restaurante «El faro de Cadiz», que no he podido resistirme a entrar para comer, entre otras cosas fantásticas, unas tortillas de camarones.

Con el estomago lleno, me he ido a la Caleta entrando por su puerta majestuosa que lleva al Castillo de San Sebastián, donde por el paseo empedrado y ante la marea baja, de un lado a otros, me ha dando una envidia sana, ver como los gaditanos disfrutaban de su mar. Desde allí he contemplado el Balneario de Nuestra Señora de la Palma y del Real y el Castillo de Santa Catalina.

Sin apartarme de mar ni del malecón, he vuelto a mi lugar de origen con la mala suerte de que la batería de la cámara me ha dejado tirado y por lo tanto, las fotos que pude hacer y no hice las volveré a hacer otro día. Posiblemente la batería de la cámara me indicó que un día en Cadiz no es suficiente para perderse y disfrutarla.

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