Neva, río que sin conocerlo me produce admiración. Una vez, cuando era pequeño le escuche a alguien decir que nadie se debería ir de este mundo sin ver una puesta de sol sobre el gran río ruso. No puedo afirmar lo que escuché pues cuando el sol iba a llegar al río, la bruma me lo ha impedido. Cierto es, que las más de dos horas que el sol ha reflejado sus colores sobre el río, han sido increíbles. A lo largo de la contemplación me he transportado a Sanlúcar de Barrameda con Laura, Tomás y Carmina.
Tengo que confesar que hoy estoy un poco decepcionado con la circunstancias del viaje. Entrar por la exclusa ha sido espectacular, sobre un río que parecía una enorme bandeja de plata había unos cuantos faros esparcidos por la inmensidad del agua. Olvidadas, antiguas y abandonadas fábricas que junto a pequeñas islas que mostraban el resplandor de otros tiempos, eran vistas hermosas que nos acompañaban al comienzo del recorrido. Las grúas antiquísimas contrastaban con una gran iglesia de cúpula dorada, que chocaba a la vista. Visual y contemplativo ha sido navegar por el Rio Neva.
Intentar explicar lo que ha sucedido posteriormente es difícil. Desde el primer día que llegamos al barco nos presionaron para que escogiéramos una excursión, pues era imposible bajar del barco si no tenías visado. Ante la poca información que nos proporcionaban, elegimos para nuestro primer día en San Petersburgo uno que decía; «visita por la ciudad y compras». Resulta que las compras han consistido en llevarnos a un almacén de un barrio periférico de la ciudad donde vendían productos típicos rusos, o sea, «matriuscas» de todos los colores. Entender este procedimiento mercantilista es muy difícil de comprender, a esto se le llama robar las ilusiones de ingenuos turistas que pretendían pasear por el centro de la ciudad y comprar en sus tiendas. Bueno, no quiero dar la sensación de negativo, porque todo aquel que nos conoce sabe que nos reímos hasta de las adversidades (por ejemplo en la tienda «cutre» probándonos un gorros rusos) pero ha sido muy fuerte tenernos media hora en la tienda y en lugares de interés solo cinco minutos. Sabiendo que mañana tenemos otra excursión y lo poco que hemos visto de la ciudad, para animarnos, nos fuimos a una sala del barco donde la música era de los 70, los músicos rondaban esos años y el ambiente: ¡Benidorm, Benidorm, Benidorm! venido a menos. Finalizada la orquesta un señor mayor regordete y con una camisa difícil de definir se acerca al cantante de la orquesta y le dice: » Muy bonito todo, pero he echado en falta Paquito el chocolatero».