En una plaza de Estocolmo hay una escultura de un niño que mide quince centímetros . Según cuentan, quien le toca la cabeza vuelve a visitar la ciudad. Todos los allí presentes han cumplido con el ritual, menos yo, que le he acariciado todo el cuerpo, pues no se puede estar tan poco tiempo en una ciudad tan espectacular como Estocolmo. O vas por libre o en excursión organizada, esa era la cuestión que te plantean cuando te dicen que el barco estará atracado en la ciudad cuatro horas. Indudablemente decidimos comprar el paquete: «Panorámica de Estocolmo». Desde luego que nunca mejor dicho; «el paquete». En el autobús iba un grupo de Italianos y los guías se turnaban para hacernos el tour. Sorprendentemente era el guía italiano el que primero hablaba, sus explicaciones duraban minutos al contrario que el de la española que con varios segundos nos despachaba. En dos minutos nos dejaron contemplar lo más bonito, digo bonito por ser considerado, de toda la ciudad; las vistas. A continuación fuimos a un museo naval muy oscuro donde se encuentra expuesto un barco del siglo XV, que solo estuvo en el agua una hora, pues en su travesía inaugural se hundió: «El Vasa». No cabe duda, que el barco impresiona, no simplemente por su tamaño sino también por su decoración, aunque un edifico más moderno con un poco de luz no le vendría nada mal a los «panorámicos» y veloces turistas. Donde más tiempo estuvimos fue en el Palacio Real y no es por criticar, pero tampoco es para que no te dejen hacer ninguna foto. Obviamente hice algunas, por eso fui reprendido varias veces por un señor que se parecía al malo de los Simpson. Viendo una de las habitaciones del palacio, nos quedamos muertos; ¡una sala con muebles de Ikea que es la que utilizan los Reyes para recibir a los embajadores!. En la salida nos encontramos a un guardia vestido de Gala en una garita, le dije a Berta que se acercara para hacerle una foto con él, y de un gruñido la apartó; ¡qué le pasa a estos Suecos con las fotos!. Rápidamente, nos llevaron a la plaza donde estaba la figura de unos quince centímetros del niño pequeño y nos dejaron diez minutos de tiempo libre para pasear y disfrutar de la ciudad. Teniendo en cuenta el tiempo que tuvimos, dimos la vuelta a una manzana, vimos una plaza con unos edificios que por lo visto son muy fotografiados y devuelta al bus. Estar cuatro horas en Estocolmo compensa si paseas por la ciudad, simple y llanamente.
Bueno, se que algunos se estarán preguntando como fue la comida con el Capitán y estoy seguro que habrán acertado; no fui. Sabiendo que no seré criticado por ello, decidimos sentarnos en un bar por donde pasaban todos los pasajeros que vestidos como de boda de pueblo, (si, de pueblo pero de pueblo lejano a la ciudad), se querían hacer una foto con el Capitán. Momentos después de bebernos 6 Cosmopólitan y de reinos un buen rato, el Capitán pasó por nuestro lado y con una agradable sonrisa nos saludó.Obedientes a nuestros instintos nos fuimos a celebrarlo, primero a la popa donde vimos una bonita puesta de sol y donde Berta literalmente se lo comió. Jamás había visto las noches blancas. A eso de las tres de la mañana cuando decidimos irnos a dormir nos asombró como el sol comenzaba de nuevo a salir. Oscuro por estribor y clareando por babor.
San Petersburgo nos espera; ciudad tantas veces soñada y motivo principal por el que decidimos hacer este crucero.
P.D.: Desde la cubierta del barco, y contemplando las maravillosas vistas de la salida del puerto de Estocolmo, nos preparamos para asistir a una fiesta italiana.