Para contemplar Sevilla, no hay mejor lugar que la cuesta del caracol. Desde pequeño tengo grabado en mi me mente esa imagen de la ciudad. Lo que más me llamaba la atención era cómo sobre toda la ciudad sobresalía su torre más alta; «La Giganta», como denominó Cervantes a la Giralda.
Hacia tiempo que no me detenía en la cuesta de caracol. Hoy mis esquemas y mis sensaciones ha cambiado, «la giganta», la ha empequeñecido un monstruoso capricho de hormigón.
Nunca estuve ni estaré en contra del progreso ni de la modernidad, pues se que la modernidad de ahora será la antigüedad del mañana, pero, ¡no había nadie con sentido común para llevarse la torre un poco más lejos!