Me ha llamado la atención este payaso que estaba situado en la esquina de la calle Asunción con Virgen de Luján. Cada vez que me iba acercando a este individuo se desmoronaba el mito de mi infancia, que fue el payaso Miliki, pues el rostro de este imitador no invitaba a la ternura ni a la risa, más bien todo lo contrario. Su instrumento musical no emitía ningún sonido, y su mirada era vacía.
No me gustan la gente que utilizan la tristeza para recibir compasión. Me gusta la risa para sentirme vivo. Admiro lo auténtico y desprecio lo vulgar.